Ensayo invitado

Si, como ha establecido el gobierno de Donald Trump en su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, se busca un enfoque renovado en el hemisferio occidental, restaurar la democracia en Venezuela debe ser una prioridad absoluta. Maduro ha presidido un auge del narcotráfico y ha permitido que grupos criminales armados operen dentro de las fronteras venezolanas; ha cultivado relaciones con otros personajes autoritarios; es investigado por la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad; ha ignorado los resultados electorales que, según observadores independientes, él perdió, y ha endurecido su dictadura. Conformarse con algo que no sea su salida corre el riesgo de socavar la credibilidad estadounidense, alentar a nuestros adversarios y desmoralizar a quienes luchan por la libertad y la democracia.
No es seguro que Maduro abandone el poder. Si lo hace, su salida podría ser la parte más fácil de devolver a Venezuela al redil democrático. Reconstruir el país requerirá un esfuerzo regional concentrado, especialmente por parte de Estados Unidos. También planteará serios desafíos que solo podrán superarse con un apoyo sostenido.
Esta puede ser nuestra última oportunidad de hacerlo bien.
Desde que el presidente Barack Obama estuvo en el poder, todos los gobiernos de Washington han declarado que Venezuela representa una amenaza extraordinaria para Estados Unidos. Es uno de los pocos temas que ha gozado de apoyo bipartidista en el Congreso. Cuando fui embajador en Venezuela de 2018 a 2023, utilizamos una campaña de máxima presión durante el primer mandato del presidente Trump para aislar a Maduro y obligarlo a permitir que se oyeran voces democráticas. Durante el gobierno de Joe Biden, utilicé una combinación de presión e incentivos para entablar negociaciones que finalmente desembocaron en unas elecciones nacionales que, según las pruebas disponibles, ganó claramente la oposición. Sin embargo, ni la negociación ni la presión han dado el resultado que el pueblo venezolano merece.
En su actual gestión, Trump ha probado ambas tácticas. Inicialmente, el gobierno utilizó la diplomacia extraoficial para ayudar a Chevron a recuperar su licencia para vender petróleo, conseguir el retorno de estadounidenses detenidos ilegalmente y lograr que Venezuela aceptara el regreso de algunos de sus ciudadanos. La política rápidamente volvió a la máxima presión con el despliegue de un gran porcentaje de la marina estadounidense y el ataque y destrucción de barcos sospechosos de narcotráfico en el Caribe. Las serias dudas sobre la legalidad y eficacia de dichos ataques han puesto ahora en entredicho el apoyo bipartidista al cambio en Venezuela. Tampoco es probable que la política envejezca bien: es casi seguro que las organizaciones de narcotraficantes simplemente cambien la forma en que transportan las drogas hacia el norte, y nuestros socios regionales en la lucha contra las organizaciones delictivas transnacionales podrían ser menos propensos a compartir inteligencia en el futuro.
Perseguir a los buques sancionados, a los barcos apátridas y a la flota fantasma mundial que opera de forma clandestina sin la debida identificación es una forma más eficaz y aceptable de empezar a retirar la financiación que el régimen de Maduro utiliza para mantenerse en el poder. La interdicción de los buques apátridas no solo goza de cierta base en el derecho internacional, sino que también puede tener un efecto amedrentador sobre cualquier entidad que piense en comerciar en el mercado negro con petróleo procedente de Venezuela. El gobierno debería ir un paso más allá y buscar un acuerdo internacional con la Organización Marítima Internacional y socios clave para detener a la flota fantasma que opera con petróleo sancionado en todo el mundo. Reducir este flujo de ingresos ayudaría a quienes rodean a Maduro a tomar una decisión difícil y reconocer que la vida sin él en el poder es preferible a que permanezca.
Washington debería abordar el desmantelamiento del régimen de Maduro como lo haría con cualquier empresa criminal. Venezuela es un Estado fallido plagado de grupos armados ilegales y organizaciones terroristas extranjeras. Las facciones disidentes de las FARC, el ELN y el Tren de Aragua, entre otras, operan allí en un entorno en el que el Estado es cómplice de sus actividades o incapaz de detenerlas. El gobierno de Trump debería crear un grupo de trabajo interinstitucional, con la participación de las autoridades de la comunidad de inteligencia y de los Departamentos del Tesoro y Justicia, para trabajar con la oposición democrática e identificar elementos de confianza en las fuerzas armadas de Venezuela que se encarguen de la seguridad durante una transición política, siempre y cuando Maduro abandone el poder. Aprendimos la lección de la desbaazificación en Irak, cuando antiguos militares desafectos alimentaron una costosa insurgencia que ralentizó la reconstrucción de la sociedad iraquí.
El grupo de trabajo podría colaborar con el presidente electo Edmundo González y la líder de la oposición, la premio Nobel María Corina Machado, para encontrar la manera de reinstitucionalizar rápidamente el país de forma que represente todos los puntos de vista democráticos. Aunque más de 25 años de chavismo han dejado a las instituciones venezolanas desprovistas de financiación y de un liderazgo informado e independiente, el país tuvo durante muchos años algunos de los mejores hospitales, universidades e infraestructuras básicas de la región. Esto puede reconstruirse con un esfuerzo y una inversión concentrados, aunque la pérdida de experiencia por la disolución de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional puede complicar nuestro apoyo. El grupo de trabajo también podría ayudar a reestructurar las enormes deudas de la dictadura de Maduro para impulsar la reconstrucción venezolana.
La mayoría de las transiciones democráticas en América han ido acompañadas de algún tipo de programa de justicia transicional que ha incluido la amnistía. Si se produce una transición a la democracia, el pueblo venezolano tendrá que decidir qué es aceptable para él. Conceder amnistía a los generales implicados en crímenes de lesa humanidad, tráfico de estupefacientes y detenciones ilegales y asesinatos es probablemente una petición demasiado alta, pero otros que se beneficiaron del sistema corrupto pueden necesitar una oportunidad de rehabilitarse para que la transición tenga éxito.
Maduro está más aislado que nunca. A sus apologistas les resulta cada vez más difícil salir en su defensa. Pero es poco probable que las demostraciones de fuerza por sí solas convenzan a Maduro del inevitable fin de su régimen ilegítimo. Como antiguo diplomático, creo en el poder de la negociación, pero esa negociación debe basarse en la salida de Maduro. El corolario de Trump a la Doctrina Monroe no puede convertirse en “hablar con descaro y limitarse a mostrar el garrote”; es improbable que logremos el éxito político con fanfarronadas. La presión económica, sumada a vías de escape claramente definidas para los miembros del régimen, un paquete atractivo para quienes claman por el cambio dentro de Venezuela y el uso creíble de la fuerza dirigida pueden ser elementos necesarios para lograr un resultado exitoso.
Hemos despertado las esperanzas del pueblo de Venezuela. No podemos dejar que vuelvan a caer.