¿La migración realmente perjudica a los trabajadores estadounidenses?
JD Vance y otros miembros de la “nueva derecha” dicen que limitar la migración aumentará los salarios y dará trabajo a los estadounidenses marginados. Muchos estudios sugieren lo contrario.
A medida que el segundo gobierno del presidente electo Donald Trump va tomando forma, sus planes para una de sus principales promesas electorales van quedando claros: deportaciones masivas de migrantes indocumentados, lo que incluye nuevos centros de detención, redadas en los lugares de trabajo y, posiblemente, la movilización del ejército para ayudar en las expulsiones.
La mayoría de los economistas se muestran escépticos ante la posibilidad de que este proyecto mejore las oportunidades de los estadounidenses de clase trabajadora. Trump y sus aliados no suelen argumentar a favor de la purga de migrantes indocumentados por motivos económicos; el caso se refiere más a menudo a los delitos cometidos por los migrantes, o simplemente a la necesidad de hacer cumplir la ley.
Pero hay un movimiento intelectual detrás de la restricción de la migración que pretende remodelar la relación entre los empresarios y sus fuentes de mano de obra. Según esta facción conservadora en ascenso, más identificada con el vicepresidente electo JD Vance, cortar el suministro de extranjeros vulnerables obligará a los empresarios a buscar trabajadores nacidos en EE. UU.
“No podemos tener toda una comunidad empresarial estadounidense que renuncie a los trabajadores estadounidenses e importe millones de trabajadores ilegales”, dijo Vance en una entrevista con The New York Times en octubre, y añadió: “Es una de las principales razones por las que tenemos millones de personas que han abandonado la población activa”.
Vance tiene razón al afirmar que la proporción de hombres en edad de trabajar que forman parte de la población activa —es decir, que trabajan o buscan trabajo— ha disminuido en las últimas décadas, reduciéndose durante las recesiones y sin recuperarse nunca del todo. (Las mujeres de ese grupo de edad, de 25 a 54 años, están trabajando a los niveles más altos registrados).
Parece una ecuación sencilla: cuando hay menos trabajadores disponibles, los empresarios tienen que esforzarse más para competir por ellos. Sin duda, esa dinámica desempeñó un papel en el rápido crecimiento salarial al principio de la pandemia, cuando escaseaban especialmente las personas dispuestas a realizar trabajos presenciales: camareros o enfermeras, por ejemplo.
Y el aumento de la migración en 2022 y 2023 contribuyó a frenar la inflación, al permitir a las empresas cubrir los puestos vacantes. Sin esa nueva mano de obra, en algunos casos los empresarios simplemente habrían producido menos, haciendo subir los precios. En otros casos, podrían haber atraído a más trabajadores estadounidenses con ofertas de salarios y prestaciones aun mejores.
Por eso los miembros del ala de Vance del Partido Republicano —un grupo que a veces se autodenomina “nueva derecha”— han abrazado la restricción de la migración en nombre de la ayuda a los trabajadores estadounidenses. Su exponente más destacado es Oren Cass, economista jefe de American Compass, un laboratorio de ideas que se ha posicionado en oposición a los elementos que favorecen a las empresas del Partido Republicano tradicional.
“En una situación en la que los empresarios saben que tendrán mucho menos acceso a la mano de obra en general, y especialmente a la mano de obra ilegal y fácilmente explotable, serán mejores los resultados para los trabajadores en el mercado laboral”, dijo Cass. “No puedes afirmar seriamente que te preocupa el poder de los trabajadores y, al mismo tiempo, sugerir que unos niveles elevados de migración con salarios bajos son buenos para los trabajadores que están aquí”.
Este argumento ha tenido cierto apoyo académico: el economista de Harvard George Borjas ha sostenido durante mucho tiempo que las grandes oleadas de migración han perjudicado a los trabajadores sin título universitario. Las conclusiones de Borjas han sido muy discutidas, pero Stephen Miller, asesor de Trump en materia de migración, citó su trabajo para defender políticas restrictivas en el primer mandato.
Sin embargo, este punto de vista también guarda cierta similitud con las posiciones mantenidas por el Partido Demócrata en los años 80 y 90. Cass señala las conclusiones de una comisión nombrada por el presidente Bill Clinton que recomendaba controles más estrictos de los flujos de migración para proteger a los trabajadores estadounidenses sin títulos universitarios. Por la misma razón, el senador por Vermont Bernie Sanders, un incendiario progresista, se opuso en la década de 2000 a las propuestas que daban a los migrantes una vía hacia la ciudadanía y ampliaban los programas de trabajadores invitados.
Algunos factores empezaron a cambiar la dinámica política.
En primer lugar, la investigación estaba evolucionando. Nuevas formas de análisis de datos empíricos empezaron a demostrar que la versión de la migración de la economía básica —más trabajadores significa salarios más bajos— no siempre era cierta.
Una reciente síntesis de decenas de estudios concluyó que la migración solo tenía un impacto negativo muy leve en los salarios de los trabajadores nativos menos formados. Un estudio exhaustivo de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina halló efectos negativos modestos solo para algunos migrantes anteriores y para los adolescentes. Un estudio publicado esta primavera, entre cuyos autores se encontraba Giovanni Peri, economista de la Universidad de California en Davis, concluyó que la migración tenía un impacto positivo en los trabajadores estadounidenses.
¿Por qué? Los migrantes no solo añaden mano de obra a una economía; también añaden demanda de bienes y servicios, lo que crea puestos de trabajo para otras personas. Además, los que llegan ilegalmente suelen tener un bajo nivel educativo. Los trabajos que realizan, como trabajar en plantas de envasado de carne, permiten que más trabajadores nacidos en el país pasen a ocupar puestos como supervisores, vendedores y contables.
“Realmente importa cómo se formulan las preguntas”, dijo Janice Fine, directora del Laboratorio de Justicia Laboral de la Universidad de Rutgers, quien lleva mucho tiempo estudiando a los migrantes y la mano de obra. “Los economistas neoclásicos modelaban la relación, pero no iban a mercados laborales concretos en tiempo real y observaban lo que había ocurrido”.
En segundo lugar, los sindicatos se habían dado cuenta de que era posible organizarse con migrantes. Esas organizaciones cada vez más diversificadas —incluido el Sindicato Internacional de Empleados de Servicios, que representa a sectores con gran presencia de migrantes, como el trabajo de conserje y la atención sanitaria— empezaron a luchar por la protección de los trabajadores no autorizados, en lugar de excluirlos del país.
En los últimos años, los sindicatos y los políticos a los que apoyan han abogado por una vía hacia la legalización de quienes llevan años viviendo en Estados Unidos sin autorización. En general, también apoyan cambios en los programas de trabajadores invitados, utilizados en sectores estacionales como la agricultura, la pesca, la hostelería y el paisajismo, que aumentarían los salarios y permitirían a los trabajadores cambiar de puesto de trabajo. Tales disposiciones podrían hacer menos probable que los empresarios utilizaran esos programas para rebajar los salarios de los estadounidenses.
Ese es el planteamiento que defiende Daniel Costa. Es el director de Investigación sobre Leyes y Políticas de Inmigración del Instituto de Política Económica, un laboratorio de ideas financiado en parte por los sindicatos que aboga por que el Departamento de Trabajo disponga de más recursos para perseguir a los empresarios que infringen las leyes sobre salarios y horarios. La agencia lo hace sin tener en cuenta la situación de migración, lo que eleva las condiciones de todos los trabajadores.
“Son los empresarios los que están utilizando la migración para degradar los salarios y las normas”, dijo Costa. “Se utiliza a los migrantes como chivo expiatorio y se les culpa, mientras se ignora toda una serie de políticas que en realidad mejorarían las condiciones de los trabajadores”.
Un ejemplo concreto es el trabajo en la construcción. La Hermandad Unida de Carpinteros y Ebanistas de Estados Unidos, que representa a los trabajadores de todo tipo de obras de construcción, lleva mucho tiempo haciendo campaña contra los intermediarios laborales que permiten a los contratistas generales eludir su responsabilidad por emplear ilegalmente a migrantes indocumentados a través de subcontratistas. Esa práctica pone a los empresarios sindicados —y a sus trabajadores— en desventaja.
Sin embargo, en lugar de pedir que el gobierno tome medidas enérgicas contra los migrantes, el sindicato ha respaldado medidas que crearían una vía hacia la legalización de quienes viven en Estados Unidos sin autorización. Las redadas en los lugares de trabajo y las deportaciones, argumentan, solo conseguirán que los migrantes estén menos dispuestos a defender sus derechos, erosionando las normas para todos los demás.
“Nuestro sector siempre ha sido una puerta de entrada a la clase media para la mano de obra migrante”, dijo Matthew Capece, representante del presidente general del sindicato. “Son necesarios, están aquí, hacen el trabajo, así que necesitamos una reforma integral de migración para sacarlos de las sombras”.
Esto no quiere decir que la izquierda sindical quiera una migración sin restricciones. La AFL-CIO ha respaldado una comisión que ajustaría los niveles en función de las condiciones económicas, con menos visados disponibles cuando la economía va lenta y más cuando va viento en popa.
Pero eso es muy distinto de lo que Trump y Vance han dicho que harían: expulsar a todos los que viven en Estados Unidos sin autorización y sellar la frontera a las nuevas llegadas. Cass también ha abogado por acabar por completo con los programas de trabajadores invitados.
Hacerlo así, creen, crearía más oportunidades para los aproximadamente cinco millones de hombres de entre 25 y 54 años que estarían trabajando si las tasas de empleo se mantuvieran en el máximo alcanzado en 1953. Pero un examen más detenido de por qué esos hombres no trabajan sugiere que los migrantes no son el problema.
Entre los hombres en edad laboral sin titulación universitaria que no trabajan, la mayoría aduce una mala salud o una discapacidad como motivo, y algunos citan problemas de salud mental. Es probable que parte de ello se deba al abuso de sustancias. También influyen las lesiones sufridas en trabajos físicos y las enfermedades crónicas.
Por eso Richard Reeves, que estudia estas cuestiones como presidente del Instituto Americano para Niños y Hombres, no cree que retirar a millones de migrantes de la población activa vaya a atraer por sí solo a un número considerable de hombres nativos con menos formación.
“Hay grandes problemas con su empleabilidad”, dijo Reeves. “No es como si, al deshacerse de los otros hombres, de repente los empresarios dijeran: ‘Oh, genial, aquí está este ejército de reserva de mano de obra sentado ahí, listo para trabajar’”.
Lydia DePillis reporta sobre la economía estadounidense. Es periodista desde 2009, y le puedes escribir a lydia.depillis@nytimes.com. Más de Lydia DePillis
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