La nueva película de Julia Roberts hiede a resentimiento ‘antiwoke’

Ahora, en un momento de feroz represión de la izquierda universitaria por parte del gobierno federal, Cacería de brujas es un anacronismo un poco tonto. Sobre todo es interesante por lo que revela inadvertidamente sobre los grandes resentimientos que ayudaron a preparar el escenario para la actual represión de la derecha.
“Ha sido muy duro escuchar a estos chicos, que lo han tenido todo, todo lo que se les ha dado en la vida, insistir en que el mundo se detenga ante la primera pequeña injusticia”, dice una consejera escolar interpretada por Chloë Sevigny, utilizando una obscenidad. Ese espíritu malhumorado anima gran parte de la película, que gira en torno no a una, sino a dos acusaciones de abusos sexuales posiblemente inventadas.
En 2018, el estratega demócrata Aaron Huertas acuñó el término “centrismo reaccionario” para describir un estilo de política que se enorgullece de ser ecuánime al tiempo que está desproporcionadamente obsesionado con la extralimitación de la izquierda. Siempre utilizado como epíteto, los progresistas abusan del “centrismo reaccionario” para librarse de las críticas. Pero describe un ethos real: una aversión tan intensa al movimiento woke que hizo que algunos antiguos y prestigiosos demócratas apoyaran a Donald Trump. Cacería de brujas lleva el centrismo reaccionario al cine de prestigio.
La película está protagonizada por Julia Roberts en el papel de Alma, una profesora de filosofía de Yale a punto de conseguir la titularidad tras haberse tomado una pausa del mundo académico. En un cóctel en la casa que comparte con su marido psicoterapeuta, Frederik, conocemos a su descarado amigo y colega Hank, interpretado por Andrew Garfield, y a su protegida, Maggie, interpretada por Ayo Edebiri. Vemos cómo Maggie y Hank se marchan juntos y, poco después, Maggie le cuenta a Alma que Hank la agredió sexualmente. Hank, a su vez, insiste en que Maggie se inventó la historia después de que él la enfrentara por plagio. La histeria resultante en el campus amenaza con destruir no solo a Hank, sino también a Alma.
No hay nada malo en hacer una película sobre la angustia de la cancelación, como Tár, la brillante película de 2022, o sobre una ambigua denuncia de transgresión sexual. Cacería de brujas no fracasa por su premisa, sino por ser exagerada y autocomplaciente. Trata sobre el terrorífico poder de la turba, concebida como los estudiantes de la Ivy League irracionalmente enfadados.
Algunas de las primeras palabras que oímos son de Roberts disertando sobre Vigilar y castigar de Michel Foucault: “Foucault pinta un cuadro de tortura pública realizada para mantener el contrato social”, dice. Luego vienen los títulos de crédito iniciales, que, en un aparente gesto de solidaridad con Woody Allen, se presentan en su estilo característico: nombres ordenados alfabéticamente en letra Windsor Light blanca sobre fondo negro.
A continuación habrá algunos espóileres. Nunca descubrimos lo que ocurrió entre Maggie y Hank, ni siquiera, exactamente, lo que Maggie afirma que ocurrió. Le dice a Alma que estuvieron bebiendo en su apartamento, que él la besó y que siguió después de que ella le dijera que no. Cuando Alma le pide detalles, Maggie se ofende: “¿Por qué necesitas saberlo? Me agredió”. Incluso después de que Hank es despedido —lo que parece ocurrir casi de la noche a la mañana—, nunca sabemos si se le acusó de un beso que se prolongó demasiado, de una violación o de algo intermedio, como si el régimen de la escuela fuera tan arbitrario que no importara.
Lo que sí sabemos es que Maggie realmente es una plagiaria. Resulta que sus profesores solo fingen creer que es brillante porque es hija de megadonantes y, presumiblemente, porque es negra y gay. (No es una combinación que se vea mucho en la vida real, donde los hijos de los grandes donantes son abrumadoramente blancos, pero subraya la sensación de la película de que las identidades ostensiblemente marginadas en realidad son fuentes de ventajas inmerecidas). “Eres la peor clase de estudiante mediocre”, susurra Alma durante un enfrentamiento. “Con toda la disponibilidad para triunfar pero sin talento ni deseo de hacerlo, y, sin embargo, tantos recursos, tanto tiempo de los demás se desperdicia en ti”.
Y descubrimos el oscuro secreto que persigue a Alma durante toda la película. En la penúltima escena, revela que, cuando era adolescente, tuvo una aventura con el mejor amigo de su padre. Luego, en un ataque de celos cuando él siguió adelante, lo acusó falsamente de agresión sexual, lo que acabó provocando su suicidio. “Era un buen hombre y lo destruí con una mentira”, le dice a su marido. Frederik intenta convencerla de que una chica de 15 años no puede consentir de forma significativa mantener relaciones sexuales con un adulto. Pero no estoy segura de que debamos creerle; la película está menos interesada en las cicatrices duraderas de los abusos sexuales que en los daños provocados por las denuncias estridentes y vengativas.
Aunque Cacería de brujas se muestra tímida sobre su misterio central, para uno de sus productores, Brian Grazer, su mensaje es claro. “Antes de que existiera este proyecto, yo estaba muy en la categoría de los antiwoke, simplemente se volvió demasiado extremista”, dijo a The Hollywood Reporter. “Y esta película muestra el daño de eso al tratar de las falsas acusaciones en el campus de Yale”.
Grazer, por supuesto, es el antiguo donante demócrata que escandalizó a Hollywood al revelar que votó por Donald Trump el año pasado. Ha sido un poco impreciso sobre el porqué, diciendo al Times: “Como centrista, fue porque podía sentir y ver el deterioro de Biden y la falta de dirección en el Partido Demócrata”. Viendo Cacería de brujas, sentí que podía comprender mejor la visión del mundo de hombres como él. La película ofrece una visión de la política del victimismo, solo que no de la forma que pretendían sus creadores.