Estaba lista para tener a su decimoquinto hijo. Entonces le presentaron cargos

Estaba lista para tener a su decimoquinto hijo. Entonces le presentaron cargos

Esta es la historia de MaryBeth Lewis, quien procreó 13 hijos y peleó en tribunales por dos gemelos más gestados a través de un vientre de alquiler.

Una mujer con el pelo corto y gafas rodeada de tres niños pequeños.
Credit…Elinor Carucci para The New York Times

MaryBeth Lewis estaba comprando comida en su Walmart local en los suburbios de Buffalo cuando recibió la noticia: la persona que sería su vientre de alquiler acababa de ser inducida para el parto. Corrió a casa y preparó una bolsa para sus gemelos: un libro para tomar huellas de los pies, ropa a juego, gorritos y mantas con sus nombres bordados. Luego volvió a subirse al auto y corrió por la interestatal 390 hasta un pequeño hospital situado a unos 210 kilómetros de distancia, en un rincón rural del estado.

Cuando MaryBeth llegó al área de maternidad, encontró a la madre de alquiler en una sala de recuperación, cansada pero feliz tras un parto rápido. Pidió ver a los gemelos y una enfermera fue a buscarlos. Pero antes de que regresara, apareció otra mujer vestida con bata que encaró a MaryBeth. “Lo que hiciste fue terrible”, dijo la mujer. “Nunca verás a esos bebés”. MaryBeth intentó hablar con ella, pero la mujer se negó a escucharla. El altavoz anunció que el horario de visitas había terminado. “Y eso significa usted”, dijo la mujer.

En el estacionamiento del hospital, MaryBeth se sentó en su coche y lloró. Pensó “¿qué demonios he hecho para que alguien me diga esto?”.

A MaryBeth le encantan los niños. Siempre le han gustado. Cuando era pequeña, tenía una rutina. Todas las noches, recogía las muñecas de sus hermanas y las ponía en el rincón de la sala. Su madre se quedaba en la puerta y sonreía mientras MaryBeth les cantaba canciones de cuna y arropaba a cada uno de los 10 bebés con pequeñas almohadas y mantas.

MaryBeth tenía 25 años cuando se casó con un piloto llamado Bob Lewis. La pareja tuvo cinco hijas. Cuando las niñas se hicieron adultas y llegó el síndrome del nido vacío, MaryBeth quiso tener más hijos. A finales de sus 40, recurrió a la fecundación in vitro para dar a luz a gemelas. Y no había terminado. A pesar de los contratiempos médicos, los abortos espontáneos y la incredulidad de sus amigos, siguió adelante, y acabó dando a luz a su decimotercer hijo a la extraordinaria edad de 62 años.

Pero para traer al mundo este último par de gemelos, MaryBeth fue más allá: engañó a una clínica de fecundación in vitro, a un juez e incluso a su propio marido. Con esas argucias, MaryBeth, que ahora tiene 68 años, podría enfrentar una pena de prisión de varios años. Perdió su trabajo y no puede ir al colegio de sus hijos. Ha bajado casi 32 kilos por el estrés y llora hasta quedarse dormida por las noches. A lo largo de dos años, MaryBeth ha gastado más de 500.000 dólares en luchar por su libertad y por la custodia de los gemelos, de quienes afirma que son sus hijos número 14 y 15.

En la primavera, MaryBeth se reunió conmigo en un Tim Hortons cerca de su casa en Elma, Nueva York, el mismo lugar donde compra donas para decorarlas con glaseado y ojos saltones para las fiestas infantiles. Había sido un día largo. A primera hora de la tarde, salió de un nuevo trabajo para llevar a sus tres hijos pequeños al dentista, una de las muchas citas que llenan su agenda. A medida que el sol se ponía, la temperatura exterior descendía y las rejillas de ventilación del techo exhalaban un aire viciado. Pero MaryBeth seguía rebosante de energía. Esbozó una cálida sonrisa, como si saludara a su hijo durante un partido de fútbol con una bolsa de rodajas de naranja. Tras pedir una Coca-Cola light y encontrar una mesa, esta mujer común y corriente se sentó para explicar sus extraordinarios problemas legales.

“Me sentí mal, sin duda”, dijo MaryBeth. “Me sentí mal porque no me sentí bien con lo que hice”. Tamborileaba con las uñas sobre la mesa, y el sentimiento que transmitía era menos culpa que impaciencia. Finalmente, su frustración se desbordó. “Esto es una estupidez”, dijo con ese acento nasal de Búfalo. “Por lo que hice para que me acusaran de todos estos malditos delitos”.

MaryBeth conoció a Bob en una fiesta del Día de San Patricio en 1982, cuando era una joven enfermera de las Fuerzas Aéreas. Él lucía guapo con su traje de vuelo verde. Ella apuntó su número. “Al cabo de un rato pensé: ‘¿Por qué no me llama este tipo?’”, dijo. MaryBeth llamó a todos los Robert Lewis de la guía telefónica hasta que lo encontró. Se casaron y bromearon con que algún día tendrían una gran familia, tal vez incluso 10 hijos.

En la década siguiente, MaryBeth y Bob tuvieron sus cinco primeros hijos, todas son niñas. Viajaron por todo el país, ya que las Fuerzas Aéreas lo enviaron de California a Oklahoma, a Texas, a Nueva Jersey y a Tennessee. En 1998, Bob consiguió un lucrativo puesto de piloto en FedEx y la familia regresó a Elma, cerca de donde creció MaryBeth, a una enorme casa de seis dormitorios que se construyeron en una zona acomodada.

Ahora la familia tenía mucho dinero, pero MaryBeth se aferraba a los placeres sencillos: viajes al acuario y al zoológico, voluntariado en el Club 4-H, helados en Kone King y misa católica los domingos. Cada Día de los Caídos preparaba una tarta con la bandera estadounidense decorada con fresas y arándanos. Siguió trabajando como enfermera, usaba blusas elegantes y pendientes de plata y cantaba al ritmo de Jimmy Buffett y Kenny Chesney en su camioneta. MaryBeth era una madre perfectamente normal.

Pero algo no encajaba. Bob estaba de viaje la mitad del mes, y las niñas iban al colegio o estaban ocupadas con las tareas y los amigos. A menudo, MaryBeth estaba sola en una casa silenciosa. “Esto está vacío”, pensaba. “Esto no me gusta nada”. En la mitad de sus cuarenta, MaryBeth decidió que quería otro bebé.

“No me sentía bien con lo que hacía”.

Así que MaryBeth y Bob empezaron a intentarlo de nuevo. Pasaron meses, luego años, sin éxito. Ella estaba decidida, y la pareja acabó “metiéndose en el tema de la infertilidad” y creó un lote de embriones mediante fertilización in vitro. Muchas clínicas no implantan embriones a mujeres mayores de 45 años, pero encontraron una cadena llamada CNY Fertility que no ponía límite de edad.

En 2007, tres semanas antes de cumplir los 50, MaryBeth dio a luz a dos gemelas. El parto casi la mata: desarrolló un raro trastorno de coagulación de la sangre, necesitó 21 unidades de transfusión y despertó conectada a un respirador artificial. Los médicos dijeron que había sobrevivido de milagro. Pero los bebés habían llegado y se unían a sus hermanas mayores, cuyas edades oscilaban entre los 13 y los 23 años. MaryBeth estaba eufórica.

Pronto MaryBeth volvió a quedar embarazada. En 2010 dio a luz a otra hija, la octava. El East Aurora Advertiser, un periódico de la zona de Buffalo, publicó un artículo sobre la creciente familia. “¿Habrá más pequeños de la familia Lewis?”, le preguntó el periodista a MaryBeth. Ella se rio. “No”, dijo. “Estoy muy ocupada con estos munchkins”.

MaryBeth se deleitaba con esa segunda oportunidad de ser madre de niños pequeños. “No soy de las que se quedan sentadas”, dijo. “Me gusta ir, ir, ir”. Vendía galletas de menta y Samoas para la tropa local de Girl Scouts y organizaba coreografías para las fiestas de Halloween. Crio a niños estupendos: sus cinco hijas mayores, quienes se referían a sí mismas en broma como las “originales”, se graduaron de licenciaturas y tuvieron empleos bien remunerados; las más jóvenes obtuvieron becas académicas y trofeos deportivos.

Sus amigos se maravillaban de su energía. El calendario de MaryBeth volvió a llenarse de citas con el médico, clases de gimnasia y fiestas de cumpleaños. En su tiempo libre, se doctoró en enfermería. Bob seguía ausente más de dos semanas al mes. A ella no le importaba. Cuando las meseras la confundían con la abuela, se reía. Era feliz.

Algunos familiares de MaryBeth creen que habría parado allí si su madre no hubiera muerto inesperadamente de un derrame cerebral en 2010. Habían sido inseparables. MaryBeth la veía al menos cuatro veces a la semana e incluso le preparó el dormitorio de invitados cuando se sintió demasiado débil para vivir sola. “Mi madre era mi heroína”, dice MaryBeth. “Era una mujer increíble. Siempre daba lo mejor de sí misma. Amable. Amable. Hacía todo por los demás”. MaryBeth intentó seguir sus pasos como madre. Su muerte fue devastadora.

“Recuerdo que me llamó por teléfono”, cuenta su amiga Megan Eberl. “Conducía sin rumbo, sollozando desconsolada”. MaryBeth acudió a un terapeuta y le recetaron Zoloft durante un breve periodo, el único problema de salud mental que los investigadores de los servicios sociales informaron haber detectado más tarde.

Su familia especula que ese dolor creó un vacío en MaryBeth. A pesar de lo que dijo al Advertiser, MaryBeth decidió implantarse más embriones. En 2012, a los 55 años, dio a luz a dos gemelos, sus hijos noveno y décimo. Mientras la cosían en la sala de partos, una enfermera sacó el cunero al pasillo y MaryBeth oyó a las niñas Lewis gritar de alegría al conocer a sus nuevos hermanos.

MaryBeth aún rebosaba energía. Pero a medida que llegaban más niños, necesitaba ayuda, y se apoyó en sus hijas adultas. Ellas accedieron pero también empezaron a preocuparse. “Nunca pudimos estar 100 por ciento seguras de que ya no iba a tener más hijos”, dijo Liz, su tercera hija. Porque decía que había terminado y luego decía: “¡Sorpresa!”.

Las hijas mayores pensaron que dar a luz por fin a varones era el colofón. “Simplemente dijimos: ‘Oh, listo, esa es nuestra familia, ya está’”, dijo Marissa, su quinta hija. MaryBeth ya tenía los 10 hijos que Bob y ella bromeaban que tendrían.

Pero el agujero en el corazón de MaryBeth estaba a punto de ensancharse. Su segunda hija, Kristina, padecía trastorno bipolar y luchaba contra la adicción al alcohol. MaryBeth le llevaba comida hecha en casa a su departamento y la colmaba de atenciones. Kristina, a su vez, enviaba mensajes de texto y llamaba a MaryBeth durante todo el día, la única hija adulta que seguía dependiendo de ella. “Ella y yo estábamos muy, muy unidas”, dice MaryBeth. “Muy unidas”.

Una noche de 2013, MaryBeth llegó a casa después de cenar y encontró a Kristina –quien entonces tenía 26 años, estaba sobria y se alojaba en la casa mientras se recuperaba de una enfermedad– desmayada y sin responder tras sufrir un ataque al corazón. MaryBeth le dio reanimación cardiopulmonar y la mantuvo viva hasta que llegó la ambulancia. En el hospital, el médico le dio una noticia demoledora. Mostró a MaryBeth un electroencefalograma normal y luego una imagen del cerebro de Kristina, que revelaba una actividad significativamente disminuida.

Pero MaryBeth se negó a perder la esperanza. La familia pagó 80.000 dólares para llevar a Kristina en una ambulancia aérea a San Diego y trasladarla de ahí a Tijuana, México, para someterla a un tratamiento experimental con células madre. El procedimiento apenas ofreció mejoría y Kristina regresó a un centro asistencial de Buffalo. Los médicos le hicieron un procedimiento en la tráquea que le permitía respirar. Le rechinaban los dientes y sufría convulsiones. Durante años, MaryBeth la visitó varias veces por semana para pintarle las uñas, rezar el rosario y darle novedades de la familia con su voz cantarina.

La enfermedad de Kristina “la destrozó”, dice Liz. “Y ella solo necesitaba compartir su amor de madre con tantos niños como fuera posible”. Un recién nacido era la promesa, dijo su séptima hija, Isabelle, de “alguien que no la abandonaría”. (Isabelle, Liz y Marissa pidieron utilizar sus segundos nombres para proteger su identidad).

Existen más teorías de amigos y familiares para explicar por qué MaryBeth anhelaba más hijos. Bob estaba seguro de que los niños la hacían sentirse joven. Sus amigos veían un miedo a la soledad, que ella mantenía a raya con la embriaguez de la nueva maternidad. “No hay nada mejor que un bebé abrazándote en la cama”, dijo Eberl.

MaryBeth insiste en que es más sencillo que todo eso. Su ritual infantil con las muñecas se había convertido en un propósito existencial. “Creo que es porque de ahí saqué mi amor”, dice. “Mis hijos eran mi amor, mis bendiciones”. Cuando Kristina murió años después, una frase del panegírico de MaryBeth lo resumió todo: “Fue a través de sus ojos que pude experimentar la inocencia y el esplendor de la vida”.

“Nunca pudimos estar 100 por ciento seguras de que ya no iba a tener más hijos”

En 2016, MaryBeth quería otro bebé, pero se había quedado sin embriones. Compró esperma de donante y óvulos de donante y creó un nuevo lote. Los niños no estarían genéticamente emparentados con MaryBeth ni con Bob, pero eso no le importaba. Los tendría ella misma y los criaría como parte de la familia Lewis. Ahora trabajaba en una clínica gineco-obstétrica. Mujeres 20 años más jóvenes que ella, que luchaban por concebir, se sorprendían cuando el vientre hinchado de MaryBeth las recibía en la consulta.

En diciembre, MaryBeth dio a luz a su tercer par de gemelos, los hijos número 11 y 12 de la familia. La nueva madre tenía 59 años.

MaryBeth caminaba por un parque con un niño a cada lado.
MaryBeth con sus gemelos de 8 años, que tuvo en diciembre de 2016 a los 59.Credit…Elinor Carucci para The New York Times

Incluso antes de recurrir a la fertilización in vitro a la mitad de su vida, MaryBeth ya era un caso atípico: solo el 5 por ciento de las mujeres estadounidenses tienen cinco o más hijos. Pero al dar a luz una y otra vez, se unió a un círculo aún más reducido: solo 1200 mujeres estadounidenses de 50 años dieron a luz en 2023, el año más reciente del que se dispone de estadísticas. Y la mayoría de esas mujeres estaban en la parte inicial de la década. El gobierno federal no publica estadísticas de nacimientos de mujeres de más de 50-54 años. MaryBeth estaba empujando al límite la maternidad geriátrica.

Los amigos de MaryBeth empezaron a hacer más preguntas. Durante años la habían felicitado con cada nuevo embarazo, incluso cuando en sus propias vidas se dedicaban a cuidar de los nietos y a prepararse para la jubilación. “Era lo que ella quería y lo que la hacía feliz”, dice su amiga Rita DeLotto. Pero ahora su curiosidad y alarma aumentaban. “Si era tan católica, si Dios ya no le permitía tener hijos de forma natural, ¿por qué no dejar de hacerlo en lugar de recurrir a la fecundación?”, se pregunta su amiga Mona Meagher. (La Iglesia católica se opone oficialmente a la fecundación in vitro). “A veces te sientes sola”, le explicó MaryBeth una vez al marido de Megan Eberl. Él bromeó: “Entonces ten una aventura”.

En la mañana de Pascua de 2019, MaryBeth y Bob reunieron a 11 de sus 12 hijos en el vestíbulo de su casa. (Kristina todavía estaba en un centro de atención.) MaryBeth entregó a cada uno de ellos un huevo de plástico. Los niños Lewis tenían entre 2 y 35 años. Cuando abrieron el plástico, todos encontraron la misma nota: “ESTAMOS ESPERANDO”.

“Estaba muy confundida”, dice Marissa. ¿Estaba Pepper, la goldendoodle de la familia, embarazada? No. MaryBeth, quien entonces tenía 62 años, esperaba a su decimotercer hijo.

“Todos nos quedamos impactados”, dice Isabelle, quien entonces tenía 12 años. “Los más jóvenes estaban emocionados. Los mayores pensábamos: ‘Esto no va a terminar bien’”.

Liz, que entonces tenía 31 años, estaba furiosa. Para las mayores, la llegada de más hermanos había pasado de ser una alegría a una responsabilidad y, finalmente, al punto de quiebre. Se sentía cada vez más apartada. Su hermana Marissa lo pasó peor: vivió en casa durante la universidad para ayudar con las idas a la guardería, los baños y los llantos nocturnos. Y rápidamente suspendió las clases. Algunas de las hermanas mayores incluso retrasaron el nacimiento de sus propios hijos para ayudar a MaryBeth. Y ahora ella había ido y las había anotado unilateralmente para otra ronda de pañales.

“¿Y si falleces antes de lo que crees?”, le preguntó Liz a MaryBeth, sondeando a su madre sobre su propia mortalidad.

“Bueno”, replicó MaryBeth, “¿y si te mueres ?”.

Liz subió furiosa las escaleras, hizo las maletas y se marchó antes de la cena de Pascua.

Liz me contó esta historia con una amargura aún fresca. Pero después me envió un mensaje de texto: el invierno pasado, cuando el hijo pequeño de Liz se puso enfermo, MaryBeth dejó todo para ir a buscarlos a una clínica de urgencias, se fue a casa a hacer la maleta para pasar la noche en el hospital, se quedó con ellos en urgencias, los llevó a casa y luego volvió al hospital para recuperar algo que a Liz se le había caído en el estacionamiento. Era solo un ejemplo de lo lejos que MaryBeth llegaría por sus hijos. “No es perfecta, pero ninguno de nosotros lo es”, escribió Liz. “En realidad es una madre y un ser humano maravilloso”. MaryBeth es el tipo de persona que busca el perdón, no el permiso, y sus hijos casi siempre la complacen.

En el vestíbulo, algunos de los hijos miraron a Bob en busca de orientación. Él se encogió de hombros, con ojos que parecían decir: “¿Qué vas a hacer?”.

De hecho, el embarazo también lo sorprendió a él. MaryBeth no le consultó y se implantó en secreto dos embriones más, de los que solo uno se logró. Ella esperó hasta que él estuvo de buen humor, y finalmente se lo dijo a las 12 semanas. “Al principio, él firmó todo esto”, dijo ella, citando la compra de los embriones por parte de Bob tres años antes como equivalente a su consentimiento. “Pero no estaba entusiasmado, pongámoslo de esa manera”.

¿Dónde estaba Bob Lewis durante todo esto? Es la pregunta que el tribunal del condado, los trabajadores sociales y los propios abogados defensores de MaryBeth querían saber.

Bob es un hombre autosuficiente. Es delgado y calvo, con ojos azules llorosos y bigote de morsa. Ya sea que esté esperando el inicio de una audiencia judicial o mientras un mesero le trae la cuenta, Bob suele juntar las manos sobre su regazo e inclina la barbilla hacia arriba en actitud de resignación piadosa. Mantuvo la misma sangre fría durante miles de horas en la cabina de un avión de carga C-141, transportando soldados al extranjero y luego trayéndolos a casa en ataúdes envueltos en banderas. Mantuvo esa compostura durante otros 22 años pilotando aviones de FedEx, deslizándose por cielos negros como la tinta, esperando a que las luces de la pista aparecieran entre las nubes.

El matrimonio es una serie de compromisos –con tu cónyuge y contigo mismo– y la relación de MaryBeth y Bob no fue diferente. Ella tuvo 13 hijos y un montón de cuerpitos acurrucados en su cama tamaño California. “Todo lo que MaryBeth quiere”, le dijo Bob una vez a Megan Eberl, “puedes ver que MaryBeth lo consigue”.

Pero Bob, el introvertido, también había conseguido lo que quería. Semanas enteras fuera de casa de trabajo en el silencio monacal de la cabina. Fotos de sí mismo, solo, frente a la Ópera de Sídney, la Torre Eiffel y la Acrópolis. Noches en hoteles de cinco estrellas de todo el mundo, comiendo en buffets y bebiendo cervezas, viendo “películas con palabrotas” en camas con sábanas frescas. Una familia completa que solo requería una crianza de a ratos.

Y durante años funcionó. Su matrimonio era la envidia de sus amigos. “Una vez llegó de viaje –todavía con el abrigo puesto– y cambió un pañal”, cuenta Mona Meagher. “¡Dios mío, qué hombre! Ni siquiera se quitó el abrigo”.

Pero, con el tiempo, incluso el cruce ocasional de sus vidas paralelas era demasiado para soportar. La casa en Elma rebosaba de juguetes, dos frigoríficos, dos congeladores y zapatos que se desbordaban de un zapatero de cinco niveles. Cuando Bob llegaba a casa, gritaba y menospreciaba a MaryBeth por el desorden.

“Mis amigos, hace años, me dijeron: ‘Tienes que deshacerte de él’”, cuenta MaryBeth. Incluso consultó a un abogado especializado en divorcios. “Pero luego se iba de viaje, y todo era perfecto sin él”.

En 2020, cuando llegó la pandemia, el acuerdo dejó de funcionar por completo. De viaje, Bob fue puesto en cuarentena en habitaciones de hoteles extranjeros, con las bandejas del servicio de habitaciones en la puerta. De vuelta a casa, el sistema escolar del condado cerró y los hijos de Lewis asistieron a clases virtuales. En noviembre, Bob cumplió 65 años, la edad a la que los pilotos comerciales deben jubilarse legalmente.

Bob adoraba a sus hijos, incluida la hija pequeña que no estaba en sus planes. Pero quería pasar sus años dorados viajando con MaryBeth. En lugar de eso, se dedicó a educar en casa a cinco de sus ocho hijos pequeños durante una pandemia. “No me jubilé para ser profesor”, le dijo Bob.

Y entonces, en 2022, cuando pasó lo peor de la pandemia, MaryBeth cumplió 65 años y sintió un impulso familiar.

Los Lewis seguían pagando 50 dólares al mes por mantener congelados sus últimos embriones en CNY Fertility, en Siracusa. Si nacían, esos niños no estarían genéticamente emparentados con MaryBeth y Bob, pero serían hermanos completos de sus tres hijos menores, ya que todos procedían del mismo lote de fertilización in vitro. A MaryBeth le resultaba fácil imaginar los niños alegres y llenos de luz en los que podrían convertirse esos grupos de células.

“Los más jóvenes estaban emocionados. Los mayores pensábamos: ‘Esto no va a terminar bien’”.

Incluso las parejas que no creen que un embrión sea una vida humana pueden sentirse incómodas ante su destrucción. Muchas pagan la cuota mensual para aplazar la decisión. Y MaryBeth era católica practicante. Sacarlos del nitrógeno líquido y desecharlos, en su opinión, casi equivaldría a un asesinato.

MaryBeth visitó a su ginecólogo y le preguntó si podía implantarle dos embriones más. La cicatriz uterina de sus seis cesáreas era muy fina. Otro embarazo podría romperla y matarla. El médico fue inflexible: no más bebés.

MaryBeth dijo que Bob se opuso a donar los embriones a otra pareja porque no quería que los hermanos genéticos de sus tres hijos menores fueran criados por extraños. (No recuerda haber dicho esto, pero admite que tiene mala memoria).

Como no podía gestar ella misma los embriones y no quería regalarlos, MaryBeth dijo que no tuvo más remedio. La única forma de traer a los niños al mundo era recurrir a un vientre de alquiler. Se puso en contacto con Rite Options, una agencia de maternidad subrogada, que pronto localizó a una joven en el condado de Steuben interesada en ser portadora gestacional. MaryBeth también contrató a una abogada especializada en reproducción de Nueva Jersey llamada Melissa B. Brisman, cuyo membrete profesional estaba rematado con la silueta de un bebé gateando, para que se encargara del contrato de gestación subrogada.

Si la implantación tenía éxito, los costos serían asombrosos. MaryBeth y Bob pagarían 49.000 dólares a la madre de alquiler (más una prima de 7000 dólares si se detectaban dos latidos de corazón); cubrirían su seguro médico y de vida y los honorarios de su abogado; pagarían una prima de riesgo de 3500 dólares si necesitaba una cesárea; y pagarían 200 dólares semanales por la leche materna. En total, el proceso costaría más de 160.000 dólares.

Los Lewis podían permitírselo. Cuando se jubiló, Bob cobraba 200.000 dólares al año de dos pensiones y del Seguro Social. MaryBeth seguía ganando 92.000 dólares al año como enfermera. Tenían 2 millones de dólares en una cuenta de retiro.

MaryBeth dice que Bob aceptó inicialmente el plan de gestación subrogada (él lo niega). Lo que sea que Bob supiera, pronto tomó una posición definitiva: 13 hijos eran suficientes. Sus compañeros pilotos jubilados de FedEx estaban en barcos de pesca en Florida; Bob todavía preparaba los almuerzos escolares. Estaba familiarizado con dibujos animados como Bluey y Cocomelon, más propios de un padre con la mitad de su edad. El garaje de los Lewis era una maraña de asientos de auto, flotadores y cochecitos. Un cartel de fiesta colgaba sobre el desorden, burlándose de Bob: “FELIZ JUBILACIÓN”. Ahora llegaban los nietos y su tercera hija, Liz, se planteaba tener un hijo por su cuenta. Bob y MaryBeth habían prometido apoyarla si lo hacía.

Una noche, en la cocina, MaryBeth volvió a sacar el tema de los embriones. Bob enloqueció. Le gritó a MaryBeth, a escasos centímetros de su cara. “¡Destrúyelos!”, gritó. “¡No quiero hacer nada con ellos!”. Bob se fue furioso.

“Fue entonces cuando me puse un poco loca”, dijo ella.

MaryBeth puede justificar lo que vino después. “Esto va en contra de mis creencias religiosas”, escribió en su diario sobre la posible destrucción de los embriones. “Hemos llegado tan lejos y ahora él me grita que los destruya y ni siquiera escucha mis sentimientos/razonamientos”.

En el estado de Nueva York, ambos cónyuges deben firmar los planes de gestación subrogada. Con los años, Bob había viajado tan a menudo que dejaba que MaryBeth firmara los papeles por él. “Me hice muy buena con su firma”, dice ella. Con el tiempo, le concedió un poder notarial. Tal vez eso cubriera también un contrato de gestación subrogada.

Cuando MaryBeth se puso a pensar en eso, Bob había hecho muchas cosas sin consultarla. Cosas importantes, como comprar una camioneta nueva y terminar de pagar un tiempo compartido en Orlando, Florida.

¿Y a él qué le importaba? Ella fue quien crio a sus hijos durante 40 años mientras él volaba por todo el mundo. Ella era quien iba a criar a estos niños también.

El 13 de febrero de 2023, MaryBeth estaba en la mesa del comedor. En la página 23 del acuerdo de gestación subrogada, encima de una línea de firma en la que se leía “Futuro padre”, MaryBeth escribió en letras onduladas: ROBERT A. LEWIS. Más tarde pidió a su cuñado que certificara el contrato ante notario, aunque Bob no estaba presente.

Un mes después, MaryBeth conoció a la madre de alquiler en Siracusa. Pagó la acupuntura de fertilidad y MaryBeth se hizo un masaje. “Fue como un lindo día de espá”, dice. Un técnico de la clínica de fertilización in vitro descongeló dos embriones y, en una sala de exploración, un médico los transfirió delicadamente a la madre de alquiler.

Y entonces empezaron a crecer los problemas de MaryBeth.

MaryBeth no sabía cómo decírselo a Bob y, al poco tiempo, empezó a dudar si engañarle. Quizá no tuviera que hacerlo: CNY Fertility no había dado a los embriones una calificación de alta calidad; supuso que tendría suerte si siquiera se gestaba un embrión. Sin embargo, la madre de alquiler empezó a sangrar, señal de un posible aborto inminente. Pensé: “Bueno, si pierde el bebé, lo pierde”. “Pero lo intenté y lo que sea”.

Pero la madre de alquiler no perdió al bebé. Y tres semanas después de la implantación, MaryBeth acudió a una cita con el ginecólogo y soltó un grito de alegría cuando la ecografía mostró no uno, sino dos bebés.

MaryBeth no se lo dijo a nadie. Había más papeles que firmar, más firmas que falsificar. La ansiedad se mezclaba con la alegría. Aunque tenía el sótano lleno de ropa usada, MaryBeth encargó ropa de bebé nueva, sillas de coche y un corral infantil. Quería volver a sentir la emoción de la maternidad. Cuando Bob le preguntó por los paquetes, le dijo que eran para su hija Liz, quien estaba embarazada.

Mientras tanto, MaryBeth intentaba encontrar la manera de decírselo a Bob. “Muchas veces quise hablar con él”, dijo. “Tienes que ponerlo de buen humor para poder hablar con él”. Y Bob estaba tan gruñón como siempre.

Había un problema aún más apremiante. Cuatro años antes, cuando MaryBeth fue a espaldas de Bob para implantar los embriones que dieron lugar a su hija menor, no hizo falta engañar a ningún tribunal. Al igual que otros estados, Nueva York considera madre legal a la mujer que da a luz, y MaryBeth gestó ella misma a la niña.

Pero ahora intervenía una madre de alquiler. Y en 2021, Nueva York aprobó la Ley de Seguridad para Padres e Hijos con el fin de legalizar la maternidad subrogada y abordar los innumerables problemas que probablemente surgirían. MaryBeth y Bob tendrían que obtener una orden de filiación de un juez, que transferiría oficialmente la custodia de los bebés de la madre de alquiler a ellos.

“Pensé: esto me supera”, dijo. “¿Y ahora qué hago?”.

El 22 de septiembre de 2023, cuando la madre de alquiler estaba a punto de dar a luz, MaryBeth acudió a una audiencia judicial a través de Zoom. Le dijo al juez que su marido estaba de viaje de trabajo en Japón. Se conectó con una cuenta separada para Bob y mantuvo la cámara apagada. Cuando el juez se dirigió a él, MaryBeth dijo que gruñó en señal de asentimiento.

El tribunal al que intentaba engañar no estaba en una gran ciudad, donde este tipo de audiencias se han convertido en meros trámites. La madre de alquiler de MaryBeth vivía en el condado de Steuben, una zona rural poco poblada al sur de los lagos Finger. En su día, la región fue en un próspero centro industrial, pero poco a poco se ha ido convirtiendo en parte del Rust Belt. El tribunal tramitaba una sombría carga de casos de abusos sexuales y tráfico de fentanilo. Los costosos casos de gestación subrogada eran casi inexistentes, y la petición de paternidad de MaryBeth llamaba la atención.

“Fue entonces cuando me puse un poco loca”.

El hombre al que tenía que vencer era el juez Chauncey J. Watches. Era un veterano de 19 años en la judicatura, con una reputación de probidad que encajaba con su nombre dickensiano. Y desconfiaba de la sexagenaria aspirante a madre que tenía en su corte.

Antes de la vista, Watches ordenó al departamento de servicios sociales del condado que realizara una visita al hogar, una medida muy poco habitual en un caso de maternidad subrogada. También les asignó a los gemelos por nacer su propio asesor legal, un abogado y juez local llamado David Coddington.

“Espero que lleve a cabo su investigación para que podamos obtener más información sobre lo que está ocurriendo aquí”, dijo Watches en la audiencia.

“¿Le importaría si le pregunto qué es lo inusual?”, dijo Melissa Brisman, la abogada de MaryBeth y, por lo que ella sabía, de Bob.

“Una cosa, las edades de los padres: 66 y 67”.

MaryBeth intervino: “Bueno, la clínica de fertilidad no tuvo ningún problema”.

“Yo no soy la clínica de fertilidad”, dijo Watches. “Soy el juez”.

Independientemente de la edad, explicó Brisman, sus clientes habían seguido todo el procedimiento. Coddington se mostró de acuerdo. “Es decir, damos niños a los abuelos todo el tiempo”, dijo, refiriéndose a los reparos sobre sus edades. Y los Lewis tenían una buena posición económica.

El juez tenía las manos atadas. Firmó la orden de filiación. MaryBeth y Bob pronto serían padres legales de un niño y una niña.

Seis días después, MaryBeth estaba en el trabajo, examinando a un paciente, cuando sonó su teléfono. Era Bob.

Durante ocho meses, MaryBeth se había asegurado de que toda la correspondencia legal se enviara a un apartado de correos. Pero la orden del juez fue enviada a su casa. Y Bob había recogido el correo.

“¿Qué has hecho?”, gritó.

“Déjame explicarte”, dijo ella. Le suplicó una y otra vez: “Déjame explicarte. Déjame explicarte”. Bob seguía gritando.

Los teléfonos de sus cuatro hijas mayores no tardaron en sonar. Marissa estaba en la cama con su hijo pequeño. Liz estaba embarazada de cinco meses. Bob había enviado al chat de grupo una foto de la orden de paternidad y un mensaje: “Miren lo que ha hecho su madre”.

En casa, Bob volvió a leer el papeleo, encontró el nombre de “su” abogado y llamó a la oficina de Brisman en Nueva Jersey. Ella, a su vez, alertó al juez Watches. Entonces Bob volvió a llamar a MaryBeth.

“Acabo de denunciarte”, recuerda MaryBeth que le dijo. Luego se rió. “Te van a detener”.

Un retrato de MaryBeth, con un top azul con botones blancos, delante de un fondo oscuro.
“Pienso: esto me supera”, dice MaryBeth. “¿Y ahora qué hago?”.Credit…Elinor Carucci para The New York Times

La familia Lewis estalló en recriminaciones. Las hijas adolescentes de MaryBeth eran las supuestas cuidadoras de primera línea de los gemelos una vez nacidos. “Todos estábamos enojados”, dijo Isabelle, “porque sabíamos que no podíamos con otro niño, y menos con dos”.

Liz pasó años reparando su relación con MaryBeth después del anuncio del embarazo de Pascua en 2019. “Y luego sucedió esto”, dijo Liz, “y lo destrozó todo de nuevo”. Era una futura madre soltera, con garantías de MaryBeth de que la ayudaría. “Pensé que ibas a ser esa abuela que dijiste que querías ser”.

Mientras sus hijos se ensañaban con ella, a casi 160 kilómetros de distancia, en el condado de Steuben, el tribunal anuló la orden de filiación de MaryBeth y Bob. El Departamento de Servicios Sociales no tardó en argumentar que los gemelos debían considerarse bajo la tutela del Estado.

El Departamento de Servicios Sociales expuso sus argumentos: los donantes de esperma y óvulos habían renunciado a sus derechos sobre la descendencia. La madre de alquiler, a pocas semanas de dar a luz, no quería a los niños. Sin una orden de filiación, MaryBeth no era su madre. De hecho, no tenían madre.

Scott Fierro, quien en ese entonces era abogado de la agencia, concluyó en una petición de destitución de los niños: “El bebé A y el bebé B no tienen (o no tendrán) padres según la ley de Nueva York”.

Un investigador del Departamento de Servicios Sociales no tardó en visitar Elma para realizar el estudio del hogar que había ordenado el juez Watches. Deseosa de asegurar a la agencia que era una madre apta, MaryBeth pintó un cuadro de relativa felicidad doméstica. Pero Bob seguía sintiéndose mal y fue contundente.

“Ella quería más hijos”, dijo Bob. “Yo no”. Dudaba que MaryBeth pudiera cuidar de los gemelos. Su matrimonio llevaba una década en crisis y estaba “acabado”. Cuando MaryBeth se enteró de este último comentario, le dijo rotundamente a Bob, delante del investigador: “Entonces me quedo con la mitad de todo”. No causaron buena impresión.

Pero Bob no tardó en darse cuenta de la enormidad de su decisión de denunciar a MaryBeth: los costosos gastos legales, la posible ruptura de su familia. Su vida tenía un principio organizador. “Durante más de 40 años, ella se ha salido con la suya en todo lo que ha querido de mí”, dijo. Esto no iba a ser diferente.

Por increíble que parezca, Bob informó a un investigador de la agencia de que había cambiado de opinión. “Para que sepas, MaryBeth y yo hemos hablado y hemos acordado que, para mantener nuestra familia unida, voy a pedir que los niños sean de los dos”, le dijo al investigador. La pareja incluso firmó un nuevo contrato con la madre de alquiler, que esta vez firmó el propio Bob, en el que declaraban que tenían intención de ser los padres.

“Ella quería más hijos. Yo no”.

Los niños no nacidos seguían en un limbo legal. Pero con Bob a bordo, MaryBeth era cautelosamente optimista. Quería amamantar a los gemelos. Se unió a un grupo de lactancia en Facebook, a través del cual compró domperidona, un medicamento contra las náuseas no aprobado en Estados Unidos que tiene un uso no autorizado para estimular la producción de leche materna. Cuando produjo leche, se la extrajo y la congeló.

La madre de alquiler tenía que dar a luz el 26 de noviembre, pero los médicos le indujeron el parto antes de tiempo. MaryBeth estaba desesperada por asistir al parto. Cuando llegó a casa de Walmart, Bob se mostró determinado. Él cuidaría de los niños. “Ve”, dijo. “Ve a ver a nuestros bebés”.

Mientras MaryBeth conducía por la autopista, ella y la madre de alquiler intercambiaban mensajes de texto. Entonces, su teléfono se llenó de fotos: enfermeras pesando y midiendo bebés sin rostro envueltos en mantas rosas y azules. MaryBeth empezó a llorar: se había perdido el parto y ahora el estrés y la incertidumbre de la situación la golpeaban de nuevo.

Para cuando MaryBeth llegó, la noticia del supuesto fraude se le había adelantado en el hospital. Tras abandonar el área de maternidad, se registró en un motel. Al día siguiente, MaryBeth se sentó en su habitación y se conectó a una audiencia judicial urgente. Su abogado, Timothy J. Hennessy, expuso sus argumentos. Bob había aceptado criar a los gemelos. La familia Lewis tenía medios económicos. “No sé por qué el condado está tan empeñado en dejar sin padres a estos niños”, dijo Hennessy.

Scott Fierro, abogado de los servicios sociales, no estaba de acuerdo. “No podemos permitir que se cometan delitos relacionados con la creación de vida”, dijo, “y que luego obtengan exactamente lo que querían en virtud de esa conducta delictiva”. Los gemelos se iban a casa con dos maravillosos padres de acogida, señaló. “El lugar donde están ahora los niños no tiene la carga de responsabilidad penal y civil que se aplica a la señora Lewis”.

El juez Watches estuvo de acuerdo. Los gemelos se quedarían en acogida. Firmó una orden temporal de protección, prohibiendo a MaryBeth y Bob el contacto con los niños. Al día siguiente, MaryBeth regresó a casa con dos asientos de coche vacíos.

Un hombre con camisa azul claro y corbata roja a rayas de pie en una oficina.
Brooks T. Baker, fiscal del distrito del condado de Steuben.Credit…Elinor Carucci para The New York Times

El East Aurora Advertiser publicó una vez un encantador retrato de la creciente familia Lewis. Pero el 7 de diciembre de 2023, publicó un nuevo titular: “Residente de Elma acusada por intento de secuestro”.

Brooks T. Baker, el fiscal del distrito, se quedó atónito cuando se enteró del fraude. Era tan audaz, tan meticuloso. “Lo vimos primero y dijimos: ‘¿Esto es real?”, dijo. “Es un conjunto de acusaciones tan fuera de lo común”. Pero esa conmoción pronto se endureció hasta convertirse en la indignación moral que compartían el juez Watches y Servicios Sociales. MaryBeth Lewis le hizo algo terrible al tribunal, a su marido y, sobre todo, a dos niños inocentes. Había que castigarla. Baker acusó a MaryBeth de 30 cargos penales, entre ellos falsificación de documentos y de registros comerciales y perjurio. El cargo de intento de secuestro fue “una acusación legal creativa”, dijo Baker, y un reflejo de lo perturbado que estaba por sus acciones.

Ahora, dijo MaryBeth, “se desató el caos”. El director del colegio de sus hijos le prohibió la entrada. Las Girl Scouts también la echaron. La Universidad Estatal de Buffalo, donde trabajaba en una clínica médica, le pidió que trabajara desde casa y más tarde la dio de baja sin goce de sueldo. En casa, los hijos menores de Lewis lloraban a menudo: les preocupaba que fuera a la cárcel.

Baker no tardó en ofrecerle un trato: declararse culpable de dos delitos graves (y muy probablemente perder su licencia de enfermera), cumplir no más de seis meses de cárcel y renunciar a sus derechos sobre los gemelos.

MaryBeth quería luchar por su libertad y por los gemelos. Su abogado en el caso de la custodia ya la había animado a dejar que el Departamento de Servicios Sociales se quedara con los gemelos e intentarlo de nuevo de la “forma correcta” con nuevos embriones. Y ahora, tras ser imputada, su abogado penalista le aconsejó que aceptara la oferta. “No la voy a aceptar”, dijo rotundamente. “Son mis hijos”.

Baker le ofreció un nuevo trato. MaryBeth volvió a rechazarlo. Con el paso de los meses, incluso después de dejar de extraerse leche y congelarla, realizó pequeños actos de esperanza. Cambió los pañales de los recién nacidos por los de la talla 1, y luego éstos por los de la talla 2.

La mayoría de los hijos mayores de los Lewis arroparon a MaryBeth. No podían creer que el gobierno les quitara los gemelos a sus padres. Cuando los investigadores de los servicios sociales realizaron el estudio del hogar, preguntaron repetidamente a Marissa por los Lewis más pequeños: “¿Cómo sabes que son tus hermanos?”. Para ella no tenía sentido. “Los niños son exactamente iguales al lado de mi madre o al de mi padre, todos ellos”, dijo Marissa. Los hijos de MaryBeth seguían sin saber lo que ahora aparecía en documentos judiciales públicos y en blogs de noticias locales: que había utilizado embriones de donantes y que sus hijos no estaban todos genéticamente emparentados.

En junio de 2024, MaryBeth rechazó un tercer acuerdo de la fiscalía. Para pagar los crecientes gastos legales, arrasó con su cuenta de retiro, drenó tres tarjetas de crédito y aceptó un nuevo y estresante trabajo de enfermera. Los impuestos que la pareja tuvo que pagar por retirar dinero de su jubilación fueron tremendos. En medio de todo eso, su abogado penalista renunció, y el juez Watches se negó a admitir al nuevo abogado de fuera del estado que contrató. No tenía estrategia legal y sus esperanzas se desvanecían.

Mientras tanto, MaryBeth se preguntaba cómo serían los gemelos. La madre de alquiler le había dicho que el niño era rubio y la niña castaña. Era la más pequeña de los dos. “Sus gritos eran impresionantes”, dijo. “Eso es todo lo que sé”. Todas las noches, antes de acostarse, rezaba con sus hijos pequeños y pedía a Dios que trajera a los bebés a casa.

¿Qué convierte a una mujer en madre? El caso de MaryBeth se convirtió en un atolladero legal en parte porque cada uno de los implicados tenía una respuesta –y una reacción visceral– diferente a una pregunta tan aparentemente sencilla.

Existe la maternidad genética: la mujer que aporta el óvulo a partir del cual se crea un embrión. Existe la maternidad gestacional: las nuevas investigaciones demuestran que la mujer que gesta el feto, aunque no esté genéticamente emparentada, puede influir en la expresión final de los genes. Y existe la maternidad social: la mujer que cría al niño.

La mayoría de las madres son las tres cosas. En los casos de adopción o maternidad subrogada, esas funciones pueden dividirse entre dos o incluso tres mujeres. Pero MaryBeth no era ninguna de ellas. No compartía ni ADN, ni útero, ni hogar con el bebé A y el bebé B. Para los abogados locales que la acusaban, MaryBeth no era su madre. Estaba más cerca de ser una traficante de personas.

Pero la posición legal de MaryBeth era más fuerte de lo que parecía. Las disputas por la custodia de los hijos son casi tan antiguas como la propia fertilización in vitro. Uno de los primeros enfrentamientos fue el caso Johnson contra Calvert, de 1993, en el que una madre de alquiler amenazó con quedarse con el bebé tras el parto. Un tribunal de California dictó una sentencia histórica a favor de los padres genéticos del niño, escribiendo: “De no ser por su intención llevada a cabo, el niño no existiría”. Desde entonces, los tribunales han reconocido el concepto de intención como criterio de desempate en las disputas entre padres intencionales y madres de alquiler.

Aunque MaryBeth no era la madre genética de los gemelos, un párrafo enterrado en la ley de los tribunales de lo familiar del estado se basó en esa idea de la intención para resolver acuerdos de subrogación problemáticos como el suyo, declarando: “El tribunal determinará la filiación basándose en la intención de las partes, teniendo en cuenta el interés superior del niño”. Bob había asegurado que quería a los gemelos. E incluso después de todo el engaño, la madre de alquiler de MaryBeth seguía queriendo que los gemelos fueran a casa de los Lewis.

MaryBeth tenía un as más en la manga. Cuando los niños eran separados de sus hogares, la ley del tribunal de lo familiar ordenaba a Servicios Sociales que los colocaran con cualquier hermano genético existente. Y los tres hijos menores de MaryBeth y Bob procedían del mismo lote de embriones.

Una mujer con un top blanco junto a una mujer con un traje negro sentada detrás de un escritorio en una oficina.
Rhian D. Jones y Sarah E. Wesley, abogadas de MaryBeth. “Sinceramente, no podía creer lo que estaba oyendo”, dijo Wesley sobre la situación de su clienta. Fue una de esas cosas que te dejan con la boca abierta”.Credit…Elinor Carucci para The New York Times

A mediados de 2024, MaryBeth consiguió que la remitieran a un bufete de Rochester, donde Rhian D. Jones y Sarah E. Wesley, dos de las abogadas del lugar, anticiparon un gran caso. “Sinceramente, no podía creer lo que estaba oyendo”, dijo Wesley. “Fue una de esas cosas que te dejan con la boca abierta”. El bufete se ocupaba sobre todo de delitos violentos. Pero este era un caso novedoso, una oportunidad de crear un precedente legal. Wesley y Jones se comprometieron a representar a MaryBeth tanto en el proceso penal como en el familiar, e incluso limitaron sus honorarios a 100.000 dólares para darle un respiro.

En noviembre pasado, las dos abogadas se desplazaron al condado de Steuben para asistir a la primera audiencia del caso de custodia, dejaron el Mercedes blanco de Wesley en el estacionamiento del juzgado y se escabulleron al fondo de la sala. Pasaron desapercibidos y escucharon a los abogados locales hacer comentarios sobre MaryBeth.

“Pagó mucho dinero para traer a esas abogadas de Rochester”, dijo uno de ellos, burlándose de lo que parecía un intento inútil de resucitar su defensa legal y su lucha por la custodia.

Wesley levantó la mano. “Sí, somos nosotras”, gritó. El juzgado se quedó en silencio. “Estamos aquí”.

Al principio, Wesley había mantenido un sano escepticismo sobre la descripción de conspirador que MaryBeth había hecho del juez Watches. Pero ahora las abogadas de MaryBeth también lo veían: un juzgado pueblerino y amigable que se había obsesionado con alejarla de los bebés. En el despacho del juez, Wesley se refirió a la fe de MaryBeth como motivación de su presunto fraude. Watches replicó, refiriéndose a su decisión de recurrir a la fertilización in vitro: “Si fuera realmente católica, no lo habría hecho”.

La fijación sobre los supuestos delitos de MaryBeth como pretexto para mantener a los gemelos con la familia de acogida le pareció absurda a Wesley: en toda la región había visto cómo niños eran entregados a drogadictos y maltratadores en serie. Incluso Brooks Baker, el fiscal, admitió que se trataba de una situación inusual. “En la mayoría de estos casos”, dijo, “no se trata de una enfermera y un piloto”.

Y entonces, mientras estudiaban detenidamente un año de expedientes judiciales, Wesley y Jones encontraron lo que consideraban una evidente violación de las garantías procesales: la orden de filiación había sido revocada basándose nada más que en una denuncia de la abogada de MaryBeth, Melissa Brisman. También es muy probable que violara el privilegio abogado-cliente al ponerse en contacto con el juez Watches, dijo Wesley. (Cuando se le pidió que comentara, Brisman respondió por correo electrónico: “En todo momento, mis acciones fueron coherentes con mis obligaciones profesionales y éticas hacia mi antigua clienta y hacia el tribunal, ya que se cometió un fraude contra mi oficina”).

Ahora, Wesley tenía un punto de apoyo. “No se puede dictar una orden judicial basándose en una llamada telefónica”, dijo Wesley. “Se estaba inventando sus propias reglas”. Si el tribunal hubiera reconocido la nueva orden de paternidad –la firmada tanto por MaryBeth como por Bob–, los gemelos habrían salido del hospital con los Lewis, señaló. Se habría evitado todo el lío.

Wesley tenía una sensación de urgencia: cada día que los gemelos estuvieran en acogida, la reubicación sería más difícil para ellos. En su página de Facebook Marketplace, la madre de acogida puso a la venta artículos de bebé usados: una hamaca que se sujetaba al marco de la puerta, una estación de actividades. Pequeños recordatorios de la época formativa que MaryBeth ya se había perdido.

En lugar de presentar una moción de recusación o una denuncia judicial, Wesley optó por un atajo. Un amigo de la familia, Thomas E. Moran, era un influyente juez de la Corte Suprema del Estado con sede en Rochester. Se reunieron y ella lo sorprendió con los errores procesales del caso. Moran mantuvo una conversación con Watches. En abril, Watches se recusó. (Watches declinó hacer comentarios. Un portavoz de la oficina de Moran dijo al Times que el juez no está autorizado a hacer comentarios sobre litigios pendientes).

La balanza volvió a inclinarse a favor de MaryBeth. En mayo, el juez Matthew McCarthy empezó a corregir los errores del tribunal. En el condado de Steuben, los padres de acogida contrataron a un abogado y solicitaron formalmente la adopción. Estaban ansiosos por contar su versión de la historia, pero las leyes de confidencialidad no se los permitía. “Esperamos sinceramente que su reportaje defienda la justicia, defienda la integridad y abogue por la protección de dos niños muy valiosos”, escribió el padre de acogida.

Y entonces, el 20 de octubre, el juez McCarthy soltó la bomba: reconoció oficialmente a MaryBeth y Bob como padres legales. A dos semanas de cumplir dos años, los gemelos obtuvieron nuevos nombres en los expedientes judiciales: Baby A Lewis y Baby B Lewis. El juez ordenó que los niños fueran transferidos a la custodia de MaryBeth y Bob.

En los mensajes de texto que me envió, MaryBeth se mostraba exultante: “Ahora espero tener a los bebés lo antes posible!!!!!!!”.

MaryBeth y su marido, Bob, con traje oscuro, sentados en un largo banco de madera.
MaryBeth y Bob Lewis en el juzgado del condado de Steuben el 28 de octubre para una vista sobre el caso de la custodia.Credit…Elinor Carucci para The New York Times

En la mañana del martes 28 de octubre, una densa niebla descendió sobre el condado de Steuben. MaryBeth y Bob se abrieron camino a través de la niebla hasta el juzgado. Después de dos años de incertidumbre jurídica, esperaban que en algún lugar al otro lado de esa oscuridad les esperaran dos niños.

En la semana transcurrida desde la sentencia de McCarthy sobre la filiación, los abogados de la parte contraria habían estado muy ocupados. El abogado de oficio de los gemelos había conseguido una suspensión temporal de última hora de un tribunal de apelación. En el juzgado 6, Sarah Wesley estaba indignada. Todo lo que había hecho el abogado de los gemelos, dijo, era retrasar lo inevitable, consumir más tiempo y hacer que la eventual entrega fuera mucho más devastadora para ellos. Los abogados se lanzaron indirectas. “Basta de tonterías”, dijo el abogado de Bob, Jon Stern. “Empieza la reunificación”.

Era el término legal apropiado, pero también era un término equivocado. MaryBeth y Bob nunca habían conocido a los gemelos. El bebé A y el bebé B solo habían conocido un hogar. Mientras los abogados discutían sobre quiénes eran sus padres, los gemelos ya llamaban mamá y papá a dos personas.

Los padres de acogida se sentaron junto a su abogado en el juzgado. Rondaban los 30 años, vestían bien y eran afables. El hombre era alto y ancho de hombros. La mujer tenía rizos rubios y llevaba una falda larga y vaporosa.

En el pasillo antes de la audiencia, ella había intentado proyectar una luminosa confianza. Me contó que por la noche, a los niños les encantaba leer libros de Eric Carle, especialmente Oso pardo, oso pardo, ¿qué ves ahí? “Ya están en un punto en que pueden leérmelo”, dijo. “Así me cuentan un cuento antes de dormir”. Los mellizos cumplieron dos años. Los padres de acogida tenían planeada una fiesta, si es que seguían teniendo la custodia. A la mujer se le borró la sonrisa. Se sentó en un banco y juntó las manos como si rezara.

El juez McCarthy dio todos los indicios de que MaryBeth y Bob se encaminaban hacia la victoria. Ordenó al Departamento de Servicios Sociales que abriera sus expedientes a los Lewis. Por fin sabrían los nombres de los gemelos, que MaryBeth planea cambiar. A continuación, fijó la siguiente audiencia para noviembre. Bob levantó los brazos, frustrado. MaryBeth negó con la cabeza. Tendrían que esperar al menos un mes más para conocer a los niños. Después de todo, los gemelos celebrarían su fiesta de cumpleaños en el condado de Steuben.

“Es terrible”, dijo MaryBeth en el estacionamiento, “lo que nos han hecho a mí, a Bob y a nuestros hijos”. Los Lewis estaban ansiosos por ponerse en camino. Tenían mucho que hacer en Elma: dejar a las niñas en clases de gimnasia, devolver un disfraz de Halloween a la tienda, preparar la cena de espaguetis. Y en algún momento, Bob tenía que armar dos cunas.

MaryBeth aún tenía cargos penales pendientes, pero sus abogados confiaban en llegar a un acuerdo que evitara la cárcel. En momentos de tranquilidad, se plantea la posibilidad de haber cometido algún error. Pero siempre vuelve una claridad cristalina. Ella sacó a los gemelos de un limbo celestial congelado y los puso en esta tierra. Les dio la vida. ¿Cómo podría arrepentirse? “Salvé a estos embriones de la destrucción”, dijo. “Salvé a mis hijos”.

Información adicional de Isabel Hodges-Lewis.