Jubilación sin seguridad la vejez de los trabajadores agrícolas

Jubilación sin seguridad: la vejez de los trabajadores agrícolas

Durante décadas han trabajado en granjas estadounidenses y ahora llegan a la edad de jubilación en un país que no les ofrece ni Medicare ni Seguridad Social.

Por Miriam Jordan

Photographs and Video by Adam Perez

 

Esperanza Sánchez pasa ocho horas diarias, de domingo a lunes, encorvada, podando y recogiendo hortalizas de hojas verdes y empaquetándolas en cajas.

Solo hace una pausa si un mareo la hace perder el equilibrio, algo que achaca a la hipertensión, de lo que se enteró el año pasado cuando un fuerte dolor de cabeza hizo que fuese al médico por primera vez desde hace mucho tiempo.

Sentada en la cocina de su casa rodante después de un día de trabajo, dijo que se siente cansada, que quisiera dejar de trabajar, pero no sabe cómo hacerlo.

A sus 72 años, Sánchez es la persona de mayor edad en su grupo de trabajo en el valle californiano de Coachella. Forma parte de las decenas de miles de trabajadores agrícolas que viven sin documentos formales de residencia en Estados Unidos y que llevan décadas trabajando en el país —haciendo el tipo de trabajo duro y agotador que impulsa gran parte de la industria agrícola—, pero no tienen derecho a la seguridad social, Medicare u otros tipos de asistencia en la jubilación que les permitirían dejar de trabajar.

ImageEsperanza Sanchez crouches in a spinach field.
Esperanza Sánchez es la persona de más edad de su grupo, que trabaja en el valle californiano de Coachella.

Algunos tienen hijos o nietos que los ayudan a mantenerse en la vejez. En California, Oregón y Washington, los trabajadores agrícolas que carecen de un estatus legal permanente tienen derecho a recibir atención médica y al pago de horas extraordinarias. Pero la mayoría de los estados no les ofrecen ninguna prestación.

Durante décadas, la jubilación no fue un problema: los trabajadores agrícolas cruzaban la frontera entre México y Estados Unidos de manera ilegal para la cosecha y luego regresaban a su lugar de residencia hasta que era tiempo de comenzar la siguiente temporada. Pero este tipo de migración circular se hizo cada vez más arriesgada y costosa cuando, a partir de la década de 1990, uno tras otro, los presidentes de Estados Unidos erigieron barreras y desplegaron tecnología y agentes a lo largo de la frontera para frenar los cruces ilegales.

En ese momento, muchos trabajadores del campo cruzaron la frontera y se quedaron para siempre, envejeciendo con cada cosecha.

A lo largo del año pasado, muchos trabajadores en California, Oregón, Georgia y Florida dijeron en entrevistas que no tenían ningún plan de jubilación ni idea de cómo vivirían si dejaran de trabajar.

En casi todos los casos, habían pagado y presentado sus declaraciones de impuestos sobre la renta. Algunos expresaron su preocupación por la necesidad de pagar la atención médica a medida que envejezcan; décadas de exposición a pesticidas, calor extremo y trabajo físico agotador habían hecho mella en algunos trabajadores.

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A pickup truck stands in a dark field lit only by the truck’s headlights.
Margarito Rojas y Teresa Flores llegan a trabajar a las 05:30 a. m.

El Departamento de Agricultura calcula que más del 40 por ciento de los trabajadores agrícolas del país no tienen un estatus migratorio legal en este momento. Los productores agrícolas afirman que, de manera sistemática, recurren a la contratación de personas sin permiso legal de trabajo porque no encuentran estadounidenses dispuestos a realizar esas labores tan agotadoras. Pero los bajos salarios, que según los líderes de la industria agrícola son necesarios para mantener la competitividad de los productos cultivados en Estados Unidos, son otro factor. En 2020, los trabajadores agrícolas ganaban un promedio de 14,62 dólares la hora, según el Economic Policy Institute, y algunos incluso menos.

El gobierno ha probado con soluciones como el programa de visas H-2A para traer trabajadores agrícolas estacionales al país. Pero esos trabajadores, que suelen regresar año tras año, tampoco tienen derecho a prestaciones de jubilación. En algunos casos, los trabajadores del campo indocumentados y sus empleadores han pagado el Seguro Social y otros impuestos federales durante décadas.

Según el censo, la edad promedio de los trabajadores del campo nacidos en el extranjero es de 41 años, una cifra que ha aumentado en los últimos años con la disminución de nuevos inmigrantes jóvenes dispuestos a trabajar en el campo.

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An aging woman wearing gloves, a hat and scarf stands in a field in the twilight.
En 2020, los trabajadores agrícolas ganaban un promedio de 14,62 dólares la hora, según el Economic Policy Institute, y algunos ganaban menos.

La mitad de los trabajadores agrícolas entrevistados para la Encuesta Nacional de Trabajadores Agrícolas, publicada el año pasado por el Departamento de Trabajo, llevaban entre 11 y 30 años trabajando en el campo y casi uno de cada cinco lo había hecho durante más de tres décadas.

Ganaban un promedio de 20.000 dólares al año.

Sánchez, que hace 27 años cruzó de manera ilegal la frontera con México, gana 620 dólares por una semana laboral de cinco días. Una vez deducidas las prestaciones de la Seguridad Social y otras a las que no tiene derecho, se lleva a casa 566,99 dólares. Los domingos suele presentarse para el sexto turno.

Pero ahora se pregunta cuánto tiempo podrá seguir trabajando. Su ojo derecho ha empezado a temblarle y le duele.

Dijo que mientras pueda aguantar, seguirá trabajando.

Coachella Valley, Calif.

Margarito Rojas, 77, and Teresa Flores, 66

Retiro sin seguridad: la vejez de los trabajadores agrícolas en EE. UU. – The New York Times

En otro sector del valle de Coachella, Margarito Rojas lleva décadas trabajando, desde que empezó a cruzar la frontera entre México y Estados Unidos para ayudar a cultivar los dátiles, los pimientos y los limones que crecen tan solo a media hora en auto del glamuroso oasis desértico de Palm Springs.

Rojas dijo que trabajaba durante seis meses al año y luego regresaba a su país.

Pero sus años de migración estacional se terminaron cuando el gobierno estadounidense erigió barreras a lo largo de la frontera de California; contratar contrabandistas para que lo ayudaran a pasar cada año era peligroso y caro. En 2006, decidió venir y quedarse con el fin de enviar dinero y mantener a los siete hijos que dejó en su país.

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A man and a woman sit in a car.
Rojas y Flores se conocieron trabajando.
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A bedroom in the one-bedroom trailer where Mr. Rojas and Ms. Flores live.
Rojas y Flores viven en una casa rodante de una habitación.

Trabajando bajo un sol cegador, un día conoció a Teresa Flores, otra trabajadora agrícola mexicana, con la que comparte desde hace años una ordenada, aunque destartalada, casa rodante de una habitación.

En California, gracias a una ley nueva, la pareja tiene derecho a atención médica, a pesar de su situación ilegal. También tuvieron derecho a un pago único de 600 dólares del gobierno federal por trabajar durante la pandemia.

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A man and woman work with hoes in a field.
Rojas y Flores son los trabajadores de más edad en los campos donde trabajan.

Pero nunca recibieron el pago: en una visita a la ciudad, pasaron delante de una organización sin fines de lucro, Todec, donde una pancarta anunciaba que se estaban repartiendo los cheques. Flores, que ahora tiene 66 años, no sabe leer, y a Rojas le cuesta mucho trabajo hacerlo. Pasaron de largo.

Se van a dormir a las 8 y se levantan antes de que salga el sol. Tras desayunar un café y una concha, un pan dulce mexicano en forma de concha marina, se dirigen a los campos de pimientos, donde ganan 15,50 dólares la hora.

Rojas comentó con una sonrisa desdentada que eran mayores, pero que de todos modos trabajaban. Y dijo que los supervisores los conocían.

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A home altar with flowers, photographs and an image of the Virgin Mary.
Un altar en su casa
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A woman pulls aside curtains in a window.
Flores dijo que mientras pueda soportarlo, seguirá trabajando.

Flores, en voz baja, como si estuviera revelando un secreto travieso, dijo que los más jóvenes no siempre llegaban o se la pasaban viendo el celular.

Tenían una preocupación: después de que California promulgara el año pasado una ley que exige el pago de horas extras a los trabajadores agrícolas, sus jefes comenzaron a restringir las horas de la pareja, dijo Rojas. Comentó que para ellos era mejor cuando podían trabajar más de 40 horas a la semana.

Colquitt County, Ga.

Juana Castro, 80

Retiro sin seguridad: la vejez de los trabajadores agrícolas en EE. UU. – The New York Times

Cuando Juana Castro llegó a la Georgia rural en la década de 1990, había pocos migrantes y mucho trabajo: en los campos de coles, pepinos y melones, así como en las plantaciones de nuez pecana y maní.

La comunidad mexicana de la esquina sureste de Georgia creció con rapidez y Castro, ya en la tercera edad, estaba muy solicitada. También ofrecía servicios curativos a los trabajadores migrantes que carecían de seguro médico: masajes y bendiciones.

Castro, ahora de 80 años, dijo que trabaja en el campo de lunes a viernes y que el fin de semana se dedica a curar.

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A woman massages a man’s shoulder. In the next room is a statue of Christ and a crucifix.

A los trabajadores migrantes que carecen de seguro médico, Juana Castro ofrece servicios curativos: masajes y bendiciones.

Los ingresos adicionales resultaron muy útiles después de que Castro se resbaló de una escalera mientras colgaba las luces de Navidad afuera de su casa el año pasado. La atención médica, que incluyó radiografías y un yeso para una fractura de muñeca, le costó unos 3000 dólares.

Meses antes se había enfermado de gravedad: fiebre, escalofríos, vómitos y diarrea. Un médico le diagnosticó una infección renal, le recetó medicamentos y, en pocos días, volvió a los campos.

Todavía puede llenar 40 cubetas de moras azules al día, con lo que gana unos 120 dólares.

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A woman points to a photo of a woman and man sitting on the tailgate of a pickup truck.
Desde que llegó a la zona rural de Georgia, Castro no se ha ido.
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A woman holding rosary beads kneels at a bedside.
Castro, ahora de 80 años, dijo que trabaja en el campo de lunes a viernes y que el fin de semana se dedica a curar.

Castro dijo que no puede parar porque hay que pagar las cuentas.

Nunca ha dejado de trabajar, pero ha construido una vida, dijo, y entre sus nietos hay estudiantes de medicina e ingeniería.

“En el banco tengo mi funeral”, dijo, 10.000 dólares, para ser exactos. Cree que estará en el campo hasta el día de su muerte.

Gadsden County, Fla.

Agustin Rojas, 74, and Guillermina Gonzalez, 63

Retiro sin seguridad: la vejez de los trabajadores agrícolas en EE. UU. – The New York Times

Agustin Rojas y Guillermina Gonzalez cruzaron la frontera en 2002 con sus dos hijas pequeñas y se dirigieron al norte de Florida, donde había trabajo en los huertos de tomates.

Un contacto los ayudó a conseguir una tarjeta de la Seguridad Social, necesaria para ser contratados. Gonzalez, de 63 años, supuso que era un número inventado, pero dijo que tenía sus nombres reales.

Entre temporadas de tomate, Rojas, que ahora tiene 74 años, se dedicaba a la jardinería en Tallahassee. La pareja empezó a ahorrar para construir una casa en México para el día en que regresaran.

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A man stands outdoors and holds up his fingers, displaying swollen joints.
Las puntas de los dedos de Gonzalez están dobladas por años de trabajo con artritis.
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A man is seated in the driver’s seat of a car, the door still ajar.
Rojas lleva a Gonzalez al trabajo todas las mañanas.

Pero en 2008, su mundo entró en crisis.

Rojas chocó contra un árbol. Sobrevivió, pero su pierna izquierda, aplastada durante la colisión, tuvo que ser amputada por debajo de la rodilla. Desde entonces, usa muletas y una prótesis donada, que le dan movilidad limitada.

De la noche a la mañana, su esposa se convirtió en el principal sostén de la familia.

Rojas se coloca la prótesis en el muslo cada mañana y maneja hasta los campos de tomates, pero suele pasar las horas en su camioneta mientras su mujer arranca las malas hierbas y ata las tomateras a estacas, manejando machetes y palas.

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A woman stands next to a prosthetic leg.
Mr. Rojas has been using a donated prosthetic and crutches, which gives him limited mobility.

Gonzalez dijo que sus compañeros le preguntan por qué trabaja a su edad, añadiendo que es la persona más mayor del grupo.

Gana 11,50 dólares la hora.

Con lágrimas en los ojos, dijo que Dios sabe que no es holgazana. Que está dispuesta a trabajar, pero que le duele el cuerpo porque ya no es joven.

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A shirtless man walks with the aid of a crush in a crowded dining area.
En 2008, Rojas chocó contra un árbol y perdió una pierna.
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A woman stands next to a car, holding a piece of paper.
Gonzalez, recordando sus crecientes deudas dijo que se siente atrapada y que no tiene adónde ir.

Después de que el esposo de una de sus hijas fuera deportado, ella y sus dos hijas pequeñas se mudaron con la pareja, y como ella tenía derecho legal a trabajar, ayudó a cubrir el alquiler de su casa rodante: 400 dólares, más las facturas por servicios públicos.

Reciben comida en una iglesia. Para recibir atención médica, acuden a una clínica comunitaria al otro lado de la frontera, en Georgia, donde pagan una tarifa reducida por las consultas y los medicamentos.

Eso solía ser suficiente. Pero a medida que Rojas ha envejecido, se le han intensificado los dolores en la espalda y las caderas; la prótesis ya no le queda bien.

Moviéndose con nerviosismo para encontrar una postura cómoda en el sofá, Rojas dijo que lo que más desea es una green card, para recibir algunas prestaciones de jubilación y Medicare.

Washington County, Ore.

Angela Guzman, 63

Angela Guzman vio a su madre y a su padre por última vez en México hace 23 años, y espera el día en que Estados Unidos le conceda el estatus legal que necesita para poder visitarlos y luego regresar a Oregón.

Guzman, de 63 años, que trabaja en viñedos y huertos de moras azules en Oregón dijo que reza para que lleguen sus papeles.

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A woman stands next to a car, talking on a cellphone.
Los domingos, Angela Guzman espera la llamada del encargado de un rancho.
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A bedroom with a piece of cloth strung up over the window. A memorial photo of a man is hung on the wall.
El esposo de Guzmán fue deportado hace varios años y murió en México.

El esposo de Guzman fue deportado hace varios años y murió en México. No pudieron tener hijos, dijo. Ella adora a Hit, su chihuahua color caramelo.

En Oregón, las personas con bajos ingresos, independientemente de su situación migratoria, tienen derecho a la cobertura sanitaria estatal.

A woman in a cap stands framed by berry vines.
Durante la temporada de recogida de moras azules, suele haber trabajo los siete días de la semana.

A Guzman le extirparon un tumor del brazo hace unos años. Toma medicación para la hipertensión y la gastritis.

La mayoría de los días está en la puerta antes del amanecer con su lonchera gris. Durante la temporada de recogida de moras azules, suele trabajar siete días a la semana.

Sus padres dependen de ella para vivir. Tiene unos 6000 dólares en el banco, para una emergencia, dijo, pero ¿qué pasará cuando ya no pueda trabajar?

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A woman fries tortillas and potatoes.
Han pasado 23 años desde la última vez que Guzman vio a su madre y a su padre en México.
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A woman massages her shoulder in a simply furnished living room.
 Guzman dijo que ha trabajado muy duro.

Guzmán dijo que le gusta Estados Unidos porque el trabajo da frutos: señaló que gana para comer y comprar lo que necesita. Pero, después de todos sus años de trabajo, se pregunta cuándo podrá descansar.

Ha trabajado muy muy duro, dijo.

Miriam Jordan cubre desde una perspectiva comunitaria a los migrantes y su impacto en la demografía, la sociedad y la economía de Estados Unidos. Más de Miriam Jordan

Producción de audio: Sarah Diamond